miércoles, 30 de septiembre de 2009

lupita: meidei meidei Habana (club)

Roberto no tenía miedo a los aviones; le encantaban. Desde niño sentía una gran fascinación por ellos. Más de una vez obligó a su padre a llevarle a una pequeña campa al lado del aeropuerto y así podía verlos despegar y aterrizar a sus anchas. Con los años, el entusiasmo infantil se volvió respeto y esfuerzo. Cuando llegó el momento se decidió, por supuesto, por la escuela de aviación y se hizo piloto de línea aéreas. Estaba muy satisfecho, su profesión para él era puro entretenimiento. Añoraba el asombro que le producía de niño ver las maniobras de aquellos pájaros de acero; ahora, conocía de sobra el funcionamiento de cada uno de los entresijos teóricos y el placer era otro, pilotar esas enormes máquinas, dirigirlas, tener cara a cara a las nubes, a las gotas de lluvia, incluso a los rayos que harían estremecer a más de uno. Desde luego, tampoco olvidaba que tenía la oportunidad de realizar viajes maravillosos por todo el mundo.
Aquel 15 agosto, en cambio, era un simple pasajero. Su luna de miel se llamaba Cuba y hacía allí iba con Arantxa, su sonriente esposa. Para ella era la primera vez, nunca antes había cogido un avión y la ilusión que él veía en sus ojos le emocionaba mucho, le traía recuerdos y añoranzas de tiempos no tan lejanos. Los altavoces anunciaron una demora de dos horas por motivos técnicos, iban a sustituir la nave prevista de antemano por otra. Varios pasajeros protestaron la espera, incluso alguno alzó la voz haciendo gestos desesperados. A Roberto, sin embargo, el retraso no le sorprendió, así son los aviones, él lo sabía de sobra. Una sonrisa cómplice se dibujó en su cara, sus colegas sabían lo que hacían, dos horas no era para tanto, él tenía toda la vida por delante junto a su reciente y querida esposa que le miraba con todo su amor.
Es cierto que cuando les llevaron en autobús desde la Terminal hasta el avión a Roberto le sorprendió el aspecto del sustituto; quizás al ser de noche y la luz escasa, pero le daba una imagen de avión… descuidado. No era lo habitual en Air Panda. En esta compañía de vuelos había viajado infinidad de ocasiones y era una firma seria. El interior del avión no mejoró su primera impresión. Los asientos tenían los apoyabrazos en mal estado, televisiones que no funcionaban, auriculares defectuosos, aquello no iba bien. Una de las azafatas le reconoció, una vez tuvieron un breve escarceo amoroso entre las nubes, y poniendo cara de circunstancias, le dijo aquello de: ya sabes, la crisis.
Arantxa, sin embargo estaba encantada, todo le parecía estupendo, incluso la revista que encontró en el asiento delantero, en ingles y repleta de artículos inútiles a precios desorbitados; claro que ella no tenía con qué comparar, no sabía lo que era viajar con toda comodidad en aviones transoceánicos, pero Roberto sí, aunque, bueno, estaba de luna de miel, no iba a permitir que nada ni nadie estropease estos dulces momentos. Su esposa y las vacaciones eran lo único importante. Además la noche de bodas había sido larga y cansada así que se acomodó en su asiento lo mejor que pudo y se quedó dormido en el acto.
Un ruido le despertó sobresaltado tres horas después. Se mantuvo atento unos segundos y escuchó claramente un ronroneo suave y persistente que salía de la turbina izquierda. Por primera vez en su vida tuvo miedo dentro de un avión. Su asiento estaba situado en la misma horizontal que el ala y sin ningún tipo de duda entendió una verdad espeluznante: aquel motor estaba a punto de pararse por un fallo eléctrico. Nadie más parecía ser consciente de la situación, a su alrededor los viajeros que no dormían charlaban animadamente
Sin pensarlo dos veces fue directo a la cabina del piloto. Al pasar por los asientos de las azafatas no encontró a ninguna de ellas en sus puestos, era muy extraño, pero siguió adelante; su objetivo era hablar con los pilotos. Abrió la puerta de la cabina sin dificultad, algo impensable, por seguridad esas puertas permanecen cerradas herméticamente por dentro pero él entró con decisión y sin obstáculos en el pequeño habitáculo. No encontró a nadie. El avión volaba con el piloto automático a una velocidad y altura constante y controlada tan sólo por el ordenador de a bordo. Una luz roja intermitente anunciaba el fallo del motor izquierdo. El motor derecho funcionaba a pleno rendimiento soportando una sobrecarga. Según el monitor esta situación sólo podría mantenerse por otra hora como mucho, después el motor derecho empezaría a mostrar síntomas de alarma y a reducir su capacidad actual.
Roberto buscó desesperadamente a alguien de la tripulación sin éxito, ni azafatas, ni pilotos. Tampoco encontró los chalecos salvavidas. Sospechando lo insospechable se sentó en la butaca del capitán sin saber que estaba ocurriendo.
Dentro del avión el resto de los pasajeros empezaban a impacientarse ¿dónde estaban las azafatas? Algunos se levantaban de sus asientos y recorrían los pasillos, otros alzaban la voz. Cerca de uno de los servicios varios pasajeros hablaban quejándose del servicio sin percatarse de la realidad que estaban viviendo. Viajaban en un avión en el que la tripulación en pleno había desertado. No disponer del periódico preferido o el que no les proporcionasen la mantita de rigor era el menor de sus problemas… y estaban a punto de descubrirlo.
Arantxa dormitaba en su asiento. Era su primer vuelo y se encontraba segura con Roberto, era su marido y era piloto, ¿de qué tendría que preocuparse? le dijo de bromas a Roberto antes de embarcar. El ruido de voces y los movimientos a su alrededor empezó a molestarla y pensó que Roberto tardaba demasiado ¿Dónde estaba? ¿Adonde había ido?
Roberto manipulaba los mandos pero la situación era insostenible. Unos minutos antes había juzgado duramente a los pilotos y a las azafatas por haber desaparecido dejando el avión en manos del destino pero ahora, viendo como se complicaba todo cada vez más le pareció más que razonable intentar salvarse y salvar, desde luego a Arantxa.
Fue a buscarla a sus asientos, el resto de pasajeros cada vez estaban más alterados e indignados con las azafatas. Era mejor que no supiesen nada para que no saltase la emergencia y la histeria. Tenía más posibilidades de proteger a Arantxa si permanecía en secreto. Decidió actuar con prudencia. Llevó a su mujer a la cabina y le explicó de manera sencilla pero directa la situación en la que se encontraban.
Su mujer le miró confusa. Una espuma verde se vislumbraba entre sus labios y empezó a emitir un gorgoteo entrecortado. Roberto le miró atónito; cuando sus labios iban a pronunciar unas palabras de preocupación, el cuello de Arantxa giró 360º y empezó a caminar de espaldas hacia la zona de pasajeros. Roberto, horrorizado no podía articular palabras ni organizar pensamientos, veía aquella escena aterrado. Se quedó de una pieza cuando descubrió unas llagas supurantes en las perfectamente torneadas piernas de su amada. Por primera vez en el día deseó que se hubiera puesto unos vaqueros en vez de aquella falda tan sexy.
Una especie de moho pulverulento empezó a caer sobre él de manera tenue pero persistente. Incapaz de entender nada de lo que estaba ocurriendo se aferraba a la imagen terrible de su mujer como si fuera algo hipnótico. Sus esfínteres y su estomago parecieron tomar vida propia; intentó contener el vómito con sus manos pero las nauseas aumentaron y empezó a marearse. Un pequeño chucho de ojos enormes surgió de la nada y se abalanzó sobre él al grito de: MUEVE TU CULO DE AHI SI NO QUIERES ACABAR ABDUCIDO.
Más por la impresión que por el escaso empuje de Chichi, un can pequeñito y de malas pulgas, Roberto cayó de bruces hacía atrás consiguiendo librarse del moho que estab cubriéndole por completo pero no de Chichi, peculiar perrito parlanchín, que le puso en antecedentes. Aquel moho era una pequeña avanzadilla de una especie alienígena bastante asquerosa y desagradable para los humanos y que se había propuesto colonizar la tierra. Así de sencillo. Él, un habitante del planeta amigo Caniter aliado de la raza humana, actuaba de incógnito, estaba infiltrado intentando detener aquella amenaza tan destructiva.
Roberto asentía ante aquella estrambótica historia pero todo le empezó a dar vueltas. Un pensamiento persistente le bombardeaba la cabeza: la vida de casado no estaba hecha para él. Como pudo se alejaba del moho que persistente iba tras sus pasos cuando la imagen borrosa de su mujer empezó a dibujarse difusamente dentro de su campo de visión.
–¿Despiertas ya, cariño? – le pareció entender que le decía Arantxa. Su cara no supuraba mocos verdes pero le daba mucho miedo
Roberto abrió los ojos, estaba tumbado de espaldas, se aferró con ambas manos a lo que parecía un ataúd. Pero era demasiado grande y demasiado suave, estaba en la cama del hotel que habían alquilado para pasar la noche de bodas envuelto en sábanas de seda.
–Mueve ese culo, guapito, o todavía perdemos el avión – el mohín que se dibujaba en su cara no dejaba lugar a dudas, estaba enfadada; Roberto la miró de refilón, ésa no era su chica, o si lo era no la quería –. Ella seguía hablando:Y dúchate, que después del espectáculo que nos distes en la boda, tienes que tener una resaca de muerte. Menuda vergüenza pasaron tus padres, majete. Por no hablar de mi padre, que me insinuó que siempreh a sabido que los del SEPLA erais unos cabrones.
Roberto, con una resaca de espanto, intentó pensar en la noche anterior. Recordaba haber bebido una copa con un amiguete cubano que había venido de la isla para su boda. Traía una botella de ron que él mismo llamaba “matapuños”, con un olor a menta muy rico, hummm, buenísimo. Cerró los ojos, dio media vuelta en la cama y desesperado empezó a buscar de nuevo la reminiscencia de Chichi; aquella pesadilla intergaláctica le gustaba mucho más que la que se le avecinaba…