jueves, 3 de diciembre de 2009

lupita en el intervalo de confianza

Me peso y el peso me pesa 58 y me quedo tranquila porque sé que el peso pesa dos kilos de más. Él y se pesa y el peso le pesa 58 y se queda tranquilo porque sabe que el peso pesa dos kilos de menos. Nos contamos nuestros pesos y los dos tranquilos, ya sabemos que el peso pesa dos kilos mal. No hace falta comprar un peso nuevo basta son saber sumar y restar.

lunes, 30 de noviembre de 2009

lupita técnicamente improbable

La diferencia entre improbable e imposible es la posibilidad, así que me decidí a bailar. El cuerpo se apoya en una pierna y la otra se levanta estirando por detrás. Las muñecas giran sobre si mismas mientras lanzas los brazos arriba, los dorsos de las manos se juntan y los dedos se buscan, se entrelazan. El torso se equilibra y forma un eje vertical, perfecto, sostenido, firme. Coloco los hombros y las caderas en el mismo plano y me mantengo. La gravedad deja su ser y se vuelve liviana complacida por el efecto poético de los pies en punta. Y yo me dejo llevar; me resulta tan fácil el allegro que me animo y salto y me estiro, me alargo, parece que vuele; las primeras ondulaciones son lentas y sostenidas hasta adquirir la adecuada sensación de equilibrio y fluidez, pero el adagio acaba y vienen los movimientos rápidos, los pequeños brincos, las piruetas; progresivamente realizo pasos con desplazamientos y giros y los grandes saltos. Me pierdo en el espacio y lo consigo. La danza, belleza, armonía, equilibrio, finaliza con la reverencia final, mantengo la respiración un momento y sin darme cuenta levanto los brazos mirando al frente a la vez que los tobillos se elevan del suelo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

lupita en cincuenta horas menos una o

Dos días y una hora o

Darling Praga o

Doble espiral.

Estoy aquí, en la ciudad, desde hace ya más de cuarenta y ocho horas. ¿Puedes imaginarte lo que eso representa? Veinte veces o más he pasado aquí cada estación del año. Asciende y desciende moviéndose en espiral a ambos lados, girando el volante de la vida. Los árboles han crecido durante cuarenta y ocho horas ¿les oyes? ¡Qué pequeños deberíamos volvernos entre ellos! Plantaré un nuevo árbol. Y todas esas noches, ya sabes, en todas esas casas. La maleta flotante. Una vez nos apoyamos en esta pared, otras en aquella, así la ventana gira a nuestro alrededor tal y como pronosticó Galileo. Las ventanas sin cortinas dejan pasar las estaciones. Ahora sol y ahora nubes y claros. La grandeza del otoño es que siempre será de día.

Triste, nervioso, corporalmente mal, miedo de Praga. En la cama. Empapado bajo la lluvia, con la chaqueta de pana goteando, calado hasta los huesos, tiritando de frío. Falta una hora para que deje de sonar la tuba, tan etérea, tan profunda y ocre. Saldrá a su paso el ritmo terrestre de los timbales, monolítico, decrescendo. En la hora última el silencio se adueña de la voz, de la música y del ruido y se acopla a su querida ciudad.

viernes, 6 de noviembre de 2009

lupita se queda en el umbral

Atravesar la puerta de ventana, antigua y muy robusta, de madera oscura, envejecida, una puerta opaca, deslucida en la que destacan brillos verdes y granates como si se tratasen de reflejos de piedras preciosas que guardasen la memoria de épocas de mayor lustre.

Atravesar la puerta de tablones torcidos, rotos, desgastados, irregulares que descubren con descaro justo aquello que la puerta guarda celosamente. Tablones en línea insertados en un suelo terroso, manteniendo un frágil equilibrio entre el madero horizontal que hace de cornisa-viga y la caída al vacío infinito que hace de cuna.

Atravesar la puerta alojada en una pared inútilmente embellecida con varias capas superpuestas de cal. El blanco se quebranta en el color original de la arcilla, se pierde entre naranja y ocre y se convierte en un blanco nuboso, sucio y amarillento.

Atravesar la puerta de una casa de pueblo enclavado en un valle al que se accede tras un tortuoso camino comarcal. El núcleo está formado por unas ocho casas más la iglesia, algunas de ellas conservan su nombre propio aunque no han conseguido mantener a sus ocupantes y están deshabitadas; una de ellas es la Casa Tapia franqueada por una vieja puerta de ventana. La panadería y la herrería cerraron hace años, el mesón de la plaza empedrada aún conserva sus letreros y es el punto de encuentro de los escasos habitantes de la aldea.

El turista fortuito se detiene en el umbral de esa puerta que se le antoja exótica. En el banco de la plaza un lugareño observa la escena sin entender la rara atracción que la descolorida cochera ejerce sobre la cámara fotográfica. Después de inmortalizar la puerta de una casa de pueblo alojada en una pared descascarillada el veraneante se gira y fija su mirada en el anciano que también le resulta… original.

viernes, 9 de octubre de 2009

lupita no tiene casa

guau guau ladra el cachorrillo con la esperanza de que alguien le haga caso. Sus ojos color caramelo muestran tanta tristeza que los que le quieren no pueden más que girar la cabeza para dejar de verle… o de oírle? hummm!!! él mismo se pone al otro lado para dejar de sentirse. Guiña un ojo, el izquierdo, y apoyando la frente contra los ladrillos desnudos mira por un agujero abierto en la pared. Los agujeros son irresistibles, todos queremos saber los secretos que esconden. Aún se pone más triste. Enfrente no hay nada más que otros muros abiertos. ¿Un muro abierto que tiene por dentro? Ladrillos rotos.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

lupita: meidei meidei Habana (club)

Roberto no tenía miedo a los aviones; le encantaban. Desde niño sentía una gran fascinación por ellos. Más de una vez obligó a su padre a llevarle a una pequeña campa al lado del aeropuerto y así podía verlos despegar y aterrizar a sus anchas. Con los años, el entusiasmo infantil se volvió respeto y esfuerzo. Cuando llegó el momento se decidió, por supuesto, por la escuela de aviación y se hizo piloto de línea aéreas. Estaba muy satisfecho, su profesión para él era puro entretenimiento. Añoraba el asombro que le producía de niño ver las maniobras de aquellos pájaros de acero; ahora, conocía de sobra el funcionamiento de cada uno de los entresijos teóricos y el placer era otro, pilotar esas enormes máquinas, dirigirlas, tener cara a cara a las nubes, a las gotas de lluvia, incluso a los rayos que harían estremecer a más de uno. Desde luego, tampoco olvidaba que tenía la oportunidad de realizar viajes maravillosos por todo el mundo.
Aquel 15 agosto, en cambio, era un simple pasajero. Su luna de miel se llamaba Cuba y hacía allí iba con Arantxa, su sonriente esposa. Para ella era la primera vez, nunca antes había cogido un avión y la ilusión que él veía en sus ojos le emocionaba mucho, le traía recuerdos y añoranzas de tiempos no tan lejanos. Los altavoces anunciaron una demora de dos horas por motivos técnicos, iban a sustituir la nave prevista de antemano por otra. Varios pasajeros protestaron la espera, incluso alguno alzó la voz haciendo gestos desesperados. A Roberto, sin embargo, el retraso no le sorprendió, así son los aviones, él lo sabía de sobra. Una sonrisa cómplice se dibujó en su cara, sus colegas sabían lo que hacían, dos horas no era para tanto, él tenía toda la vida por delante junto a su reciente y querida esposa que le miraba con todo su amor.
Es cierto que cuando les llevaron en autobús desde la Terminal hasta el avión a Roberto le sorprendió el aspecto del sustituto; quizás al ser de noche y la luz escasa, pero le daba una imagen de avión… descuidado. No era lo habitual en Air Panda. En esta compañía de vuelos había viajado infinidad de ocasiones y era una firma seria. El interior del avión no mejoró su primera impresión. Los asientos tenían los apoyabrazos en mal estado, televisiones que no funcionaban, auriculares defectuosos, aquello no iba bien. Una de las azafatas le reconoció, una vez tuvieron un breve escarceo amoroso entre las nubes, y poniendo cara de circunstancias, le dijo aquello de: ya sabes, la crisis.
Arantxa, sin embargo estaba encantada, todo le parecía estupendo, incluso la revista que encontró en el asiento delantero, en ingles y repleta de artículos inútiles a precios desorbitados; claro que ella no tenía con qué comparar, no sabía lo que era viajar con toda comodidad en aviones transoceánicos, pero Roberto sí, aunque, bueno, estaba de luna de miel, no iba a permitir que nada ni nadie estropease estos dulces momentos. Su esposa y las vacaciones eran lo único importante. Además la noche de bodas había sido larga y cansada así que se acomodó en su asiento lo mejor que pudo y se quedó dormido en el acto.
Un ruido le despertó sobresaltado tres horas después. Se mantuvo atento unos segundos y escuchó claramente un ronroneo suave y persistente que salía de la turbina izquierda. Por primera vez en su vida tuvo miedo dentro de un avión. Su asiento estaba situado en la misma horizontal que el ala y sin ningún tipo de duda entendió una verdad espeluznante: aquel motor estaba a punto de pararse por un fallo eléctrico. Nadie más parecía ser consciente de la situación, a su alrededor los viajeros que no dormían charlaban animadamente
Sin pensarlo dos veces fue directo a la cabina del piloto. Al pasar por los asientos de las azafatas no encontró a ninguna de ellas en sus puestos, era muy extraño, pero siguió adelante; su objetivo era hablar con los pilotos. Abrió la puerta de la cabina sin dificultad, algo impensable, por seguridad esas puertas permanecen cerradas herméticamente por dentro pero él entró con decisión y sin obstáculos en el pequeño habitáculo. No encontró a nadie. El avión volaba con el piloto automático a una velocidad y altura constante y controlada tan sólo por el ordenador de a bordo. Una luz roja intermitente anunciaba el fallo del motor izquierdo. El motor derecho funcionaba a pleno rendimiento soportando una sobrecarga. Según el monitor esta situación sólo podría mantenerse por otra hora como mucho, después el motor derecho empezaría a mostrar síntomas de alarma y a reducir su capacidad actual.
Roberto buscó desesperadamente a alguien de la tripulación sin éxito, ni azafatas, ni pilotos. Tampoco encontró los chalecos salvavidas. Sospechando lo insospechable se sentó en la butaca del capitán sin saber que estaba ocurriendo.
Dentro del avión el resto de los pasajeros empezaban a impacientarse ¿dónde estaban las azafatas? Algunos se levantaban de sus asientos y recorrían los pasillos, otros alzaban la voz. Cerca de uno de los servicios varios pasajeros hablaban quejándose del servicio sin percatarse de la realidad que estaban viviendo. Viajaban en un avión en el que la tripulación en pleno había desertado. No disponer del periódico preferido o el que no les proporcionasen la mantita de rigor era el menor de sus problemas… y estaban a punto de descubrirlo.
Arantxa dormitaba en su asiento. Era su primer vuelo y se encontraba segura con Roberto, era su marido y era piloto, ¿de qué tendría que preocuparse? le dijo de bromas a Roberto antes de embarcar. El ruido de voces y los movimientos a su alrededor empezó a molestarla y pensó que Roberto tardaba demasiado ¿Dónde estaba? ¿Adonde había ido?
Roberto manipulaba los mandos pero la situación era insostenible. Unos minutos antes había juzgado duramente a los pilotos y a las azafatas por haber desaparecido dejando el avión en manos del destino pero ahora, viendo como se complicaba todo cada vez más le pareció más que razonable intentar salvarse y salvar, desde luego a Arantxa.
Fue a buscarla a sus asientos, el resto de pasajeros cada vez estaban más alterados e indignados con las azafatas. Era mejor que no supiesen nada para que no saltase la emergencia y la histeria. Tenía más posibilidades de proteger a Arantxa si permanecía en secreto. Decidió actuar con prudencia. Llevó a su mujer a la cabina y le explicó de manera sencilla pero directa la situación en la que se encontraban.
Su mujer le miró confusa. Una espuma verde se vislumbraba entre sus labios y empezó a emitir un gorgoteo entrecortado. Roberto le miró atónito; cuando sus labios iban a pronunciar unas palabras de preocupación, el cuello de Arantxa giró 360º y empezó a caminar de espaldas hacia la zona de pasajeros. Roberto, horrorizado no podía articular palabras ni organizar pensamientos, veía aquella escena aterrado. Se quedó de una pieza cuando descubrió unas llagas supurantes en las perfectamente torneadas piernas de su amada. Por primera vez en el día deseó que se hubiera puesto unos vaqueros en vez de aquella falda tan sexy.
Una especie de moho pulverulento empezó a caer sobre él de manera tenue pero persistente. Incapaz de entender nada de lo que estaba ocurriendo se aferraba a la imagen terrible de su mujer como si fuera algo hipnótico. Sus esfínteres y su estomago parecieron tomar vida propia; intentó contener el vómito con sus manos pero las nauseas aumentaron y empezó a marearse. Un pequeño chucho de ojos enormes surgió de la nada y se abalanzó sobre él al grito de: MUEVE TU CULO DE AHI SI NO QUIERES ACABAR ABDUCIDO.
Más por la impresión que por el escaso empuje de Chichi, un can pequeñito y de malas pulgas, Roberto cayó de bruces hacía atrás consiguiendo librarse del moho que estab cubriéndole por completo pero no de Chichi, peculiar perrito parlanchín, que le puso en antecedentes. Aquel moho era una pequeña avanzadilla de una especie alienígena bastante asquerosa y desagradable para los humanos y que se había propuesto colonizar la tierra. Así de sencillo. Él, un habitante del planeta amigo Caniter aliado de la raza humana, actuaba de incógnito, estaba infiltrado intentando detener aquella amenaza tan destructiva.
Roberto asentía ante aquella estrambótica historia pero todo le empezó a dar vueltas. Un pensamiento persistente le bombardeaba la cabeza: la vida de casado no estaba hecha para él. Como pudo se alejaba del moho que persistente iba tras sus pasos cuando la imagen borrosa de su mujer empezó a dibujarse difusamente dentro de su campo de visión.
–¿Despiertas ya, cariño? – le pareció entender que le decía Arantxa. Su cara no supuraba mocos verdes pero le daba mucho miedo
Roberto abrió los ojos, estaba tumbado de espaldas, se aferró con ambas manos a lo que parecía un ataúd. Pero era demasiado grande y demasiado suave, estaba en la cama del hotel que habían alquilado para pasar la noche de bodas envuelto en sábanas de seda.
–Mueve ese culo, guapito, o todavía perdemos el avión – el mohín que se dibujaba en su cara no dejaba lugar a dudas, estaba enfadada; Roberto la miró de refilón, ésa no era su chica, o si lo era no la quería –. Ella seguía hablando:Y dúchate, que después del espectáculo que nos distes en la boda, tienes que tener una resaca de muerte. Menuda vergüenza pasaron tus padres, majete. Por no hablar de mi padre, que me insinuó que siempreh a sabido que los del SEPLA erais unos cabrones.
Roberto, con una resaca de espanto, intentó pensar en la noche anterior. Recordaba haber bebido una copa con un amiguete cubano que había venido de la isla para su boda. Traía una botella de ron que él mismo llamaba “matapuños”, con un olor a menta muy rico, hummm, buenísimo. Cerró los ojos, dio media vuelta en la cama y desesperado empezó a buscar de nuevo la reminiscencia de Chichi; aquella pesadilla intergaláctica le gustaba mucho más que la que se le avecinaba…

martes, 9 de junio de 2009

lupita en el jardín botánico

El jardín botánico del que hablo es como un parque dormido que a veces despierta para mí; lo he visto crecer y cambiar desde niño, yo también he crecido y cambiado con él. La primera vez que lo visité acababa de cumplir ocho años y fue el regalo que mis padres me ofrecieron ante mi constante insistencia desde que escuché una vieja canción que decía que una estatua metálica vivía en él. No sabía lo que era un jardín botánico pero me sonaba a verde y a profundo y en aquella época pensaba que sólo existía uno, el habitado por esa figura plateada y de espíritu misterioso y desconocido; me atraía tanto que me imaginaba capaz de sacarle de la tristeza que la canción le atribuía tan sólo con plantarme delante de ella, nos haríamos amigos contándole alguna historia y descubriría su secreto melancólico sólo con proponérmelo.
Era domingo, 24 de mayo y entonces vivíamos en Madrid, el jardín botánico elegido fue, desde luego, el Real Jardín Botánico de Madrid. A pesar de haber llegado en metro desde mi casa, al entrar en él me pareció que la ciudad quedaba lejos, muy atrás, perdida en el tiempo y que penetraba en otro mundo, en un mundo de sueños donde todo es posible. El día fue muy lluvioso, de tormenta y eso casi hace que mis padres desistiesen de su promesa, pero afortunadamente mi empeño infantil pudo más que su adulta prudencia y allí fuimos, abrigados como si fuese otoño, con chubasqueros y botas de agua a pesar de que la primavera se manifestaba plena y lo llenaba todo de colores y de olores. Fue un acierto, los jardines botánicos hay que visitarlos en días de lluvia; desde entonces sé que con el agua se transforman y renacen.
Un jardín botánico es un lugar donde hay plantas, flores, árboles, fuentes,… y el cielo está abierto. Todos los rincones están llenos de sorpresas y de belleza, el tiempo se relativiza, va más despacio o más rápido, adquiere una carencia nueva y distinta de la habitual, el compás lo marca cada uno. Allí descubrí que mi ritmo es de los lentos y que a cada cosa hay que dedicarle su tiempo. Esto no lo supe ese primer día de visita, claro, sino a lo largo de los años. En aquella ocasión mi objetivo era la estatua, la cantarina, la afligida, a la que ayudaría a resolver su enigma que tanto le hacía sufrir. Aquella que sólo encontré al final de mi recorrido y casi cuando ya iba a desesperar; me había empeñado en rescatarla y, paradojas de la vida, fue ella la que acabó capturándome a mí para siempre.
Empecé mi búsqueda cruzando una gran terraza llena de plantas exóticas, coloridas y de penetrantes perfumes; esbeltos y floridos árboles y arbustos pequeños, todo envuelto en fragancias adormecedoras y fascinantes. Al acercarme al espacio destinado a los bonsáis me apresuré porque empezó a llover. Al llegar me quedé perplejo al descubrir que árboles diminutos configuraban un bosque completo y fabuloso y sobre todo, porque pasear mi vista entre ellos fue pasear realmente entre ellos. Para resguardarme de la lluvia apoye mi espalda con descuido en un olmo enano y noté como se movió, al volverme asistí atónito a la mutación de alguna de sus hojas, se transformaban en ojos almendrados, redondos, chispeantes, alargados; por lo menos había un par de ellos en cada rama, ojos azules, verdes, marrones... A algunos les crecieron largas pestañas a lo largo de su contorno y a otros sólo tres o cuatro en los párpados superiores. Todos pestañeaban con lentitud y me miraban por pares. En otro de los pequeños árboles, las hojas simulaban labios rojos o rosados, entreabiertos, lanzando suspiros o sonrisas. Cuando vi los árboles cuyas hojas eran pequeñas orejas me asombré sobre todo de los curiosos pendientes que lucían. Las naricillas que nacían espontáneamente de las ramas de otros eran de tamaños diferentes, algunas chatas y otra aguileñas como si se hubiesen torcido queriendo percibir el olor de los árboles vecinos. Juntando ojos, bocas, narices y orejas se formaban caras distintas, las combinaciones permitían que fuesen cientos, miles acaso y yo era capaz de verlas a todas. Un bosque de expresivas caras dispersas en árboles diminutos, curioso, pensé. Ahora lo recuerdo con nostalgia pero esa primera vez no me di cuenta de que yo mismo era muy pequeño, lo suficiente como para poder corretear libremente bajo la lluvia en un bosque de árboles enanos encontrándome con personas que habían andado por los mismos parajes antes que yo, las primeras. de la realeza, hace ya más de dos siglos.
Continué con mi paseo entre setos, glorietas y fuentes buscando la estatua de la canción. Encontré gran variedad de árboles y arbustos, flores únicas, sotos y florestas llamativos de intensos colores y diseños atrevidos, pero ni rastro de ella. A pesar de que todo el tiempo estuvo lloviendo mi paso no fue nunca presuroso ya que intentaba escuchar el lenguaje de las plantas y era ese sonido el que me indicaba el rumbo a seguir. Recorrí todo el jardín encontrando a carpinteros amantes de la madera convertidos en árboles, escultores ensimismados ante las formas de esos mismos árboles y de otros convertidos en nuevos árboles o en gruesas ramas de formas imposibles; navegantes transformados en plantas tropicales imaginando travesías al percibir la brisa de los mares del sur. Poetas, artistas, estudiantes, teatreros adoptando sus formas, las de ellos, las suyas propias, las que ellos querían ser y sentir, ramas, hojas, raíces. Artesanos, maestros y músicos; filósofos y viajeros, astrónomos y cirujanos, publicistas, restauradores y oficinistas, todos aquellos que habían tenido la suerte de visitar el jardín un día lluvioso y la perspicacia de haber sabido escuchar y ver lo necesario obtenían un premio: se encontraban allí reflejados para siempre.
Cuando abandonaba el jardín envuelto en dulce olor a rosas y bastante decepcionado por no encontrar a mi estatua metálica y plateada se aclaró tímidamente el cielo y los rayos de sol se abrieron paso con fuerza y rapidez entre las nubes, miré hacia atrás y vi en un recodo surgir una forma transparente, aguada, que a medida que recibía el calor y la luz brillante y directa del cielo se iba solidificando hasta resultar de efectos metálicos. Era mi estatua, la que había ido a rescatar de su tristeza. Pero no estaba triste, me sonreía. Con un dedo dibujó una elipse en el aire que se quedó flotando un rato para irse volando y posarse en un árbol, en un sauce al fondo del jardín. Al mirarle me vi reflejado en él, reconocí mi figura en la languidez de sus ramas y el aire desgarbado que me caracterizaba, incluso mi flequillo caído de hoja de sauce contribuía a configurar la imagen desvalida y llorosa que tenía por aquel entonces. A partir de ese momento formé parte atemporal de ese jardín como les ha ocurrido a tantos otros visitantes que han quedado atrapados por los pétalos o las ramas o las hojas o la brisa o la fragancia o… y que reaparecen cada vez que llueve.
El jardín botánico del que hablo es un parque dormido que sólo se despierta con la lluvia de primavera y que está custodiado por una guardiana de almas que se vuelve agua cuando se moja y se convierte en estatua caprichosa, melancólica y brillante cuando le da el sol.

jueves, 4 de junio de 2009

lupita rondando a cortazar

Él:
Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo
Lo que me gusta de tu sexo es la boca
Lo que me gusta de tu boca es la lengua
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra

Ella:
Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo
Lo que me gusta de tu sexo es el pez
Lo que me gusta de tu pez es el sabor
Lo que me gusta de tu sabor es que me recuerda al mar

martes, 17 de marzo de 2009

lupita costurera

Retales hilvanados
hilos finos
a fuerza de tela sobre tela.

Puntadas quebradizas
alfileres sin cabeza
lían senderos enroscados.

Puntiagudas púas perforan
agujas oxidadas
un alma gastada manchando las sábanas de papel.

Cuando duerma una noche entera y un día entero seguiré cosiendo con astillas afiladas
aunque no sujeten nada
porque esta es mi naturaleza.

viernes, 6 de marzo de 2009

lupita recupera su brújula dorada

Se levantó a duras penas del taburete. Las rodillas hacían un esfuerzo hercúleo por izar un cuerpo inundado de absenta y melancolía. Lento, rápido, rápido, lento... pasos descoordinados guiados por un corazón maltrecho. Por fin irguió la cabeza, tomó aire y se ajustó el pantalón dos tallas mayor gracias a la dieta del desamor. No obstante, su mirada, antes que posarse en el suelo, estaba dispuesta a seguir el rastro de la primera luz que secara su conjuntivitis sentimental. Se frotó las corneas con determinación, recogió sus variados registros y los trocitos de sueños que estaban tirados por doquier. Se estiró felinamente para que cada hueso y cada segmento del alma se recolocaran en armonía y le dotasen de la estabilidad mínima que precisa todo cuerpo que su espíritu va a acariciar. Apagó con las yemas húmedas de sus dedos el candil de la última puerta, recogió la botella vacía de absenta, aún humeante del trajín que había sufrido; buscó a tientas el tapón y cuando todos los ingredientes se reunieron en su mano, sólo quedaba lanzarse al mar colorista y agitado, al profundo abismo de las aguas procelosas y el destino alado. Anidado entre las rocas quedó su mensaje de comprensión, lucidez y consuelo. Se quitó los ropajes del miedo al abandono, del orgullo impúdico y de la inseguridad malsana; observó con serenidad el horizonte perdido, y con un giro de 180º enfiló la bitácora de su nuevo destino.

lunes, 23 de febrero de 2009

lupita al otro lado de la cama

Tendida en la cama y despierta sentía el placer de haber dejado atrás el calor de las noches de verano. El ambiente fresco de la mañana le invitaba a permanecer holgazaneando mientras despuntaba el día. Abrigada con un edredón ligero dejaba asomar sólo el pie derecho pensando que ya estaban en octubre y que pronto debería cambiar la ropa de cama. Oyó ruido de vasos o de platos.

Jorge, estás ahí? Jorge llevaba en casa sólo unos minutos.

Bla bla bla
bla bla bla…

Desayunaron, era la hora, ella se acabó de vestir, se dieron un beso y se fue corriendo, ya lo hablarían más despacio a la tarde.

Jorge se quedó solo en casa y fue casi sin darse cuenta al dormitorio. La cama estaba sin hacer, como la había dejado Marisol al levantarse, el lado de él casi intacto excepto a la altura de los pies que el edredón parecía perder su compostura. Jorge se acostó en su lado, pero después estiró una pierna hacia la izquierda buscando el calor del cuerpo de ella, y así poco a poco se movió del todo y acabo durmiéndose feliz envuelto en ese conocido y deseable para siempre olor a brisa marina.

martes, 17 de febrero de 2009

lupita dirigida por David Fincher

Cuando leas este escrito no sé como te sentirás; sugiero que repases la filmografía de Fincher, te ayudará a entenderlo todo. La vida es juego. Me he divertido mucho y espero que tú también. Ha habido muchas cosas que me han conmovido de tus mensajes cifrados y también cuando hemos hablado y nos hemos visto, no voy a elegir ninguna, me las voy a quedar todas y yo también quiero darte todas las mías, espero que las aceptes con una sonrisa. Eres un gran seductor, he estado a punto de tira la toalla, pero he recordado a tiempo que soy un profesional. Fue muy chocante que el último día me dijeras que sentías que para ti era un regalo adelantado de San Valentín, me quedé atónita, te puedes imaginar. Las cosas son como son y al final sí han tenido que ver tus hermanos con todo esto. Realmente ha resultado un experimento de éxito en manos de un inductor y esta vez, sorpresa, no has sido tú.

martes, 10 de febrero de 2009

lupita descubre el pensamiento espontáneo de la posibilidad


“No soy un fulano
con la lágrima fácil,
de esos que se quejan sólo por vicio.
Si la vida se deja yo le meto mano
y si no aún me excita mi oficio,
y como además sale gratis soñar
y no creo en la reencarnación,
con un poco de imaginación
partiré de viaje enseguida
a vivir otras vidas,
a probarme otros nombres,
a colarme en el traje y la piel
de todos los hombres
que nunca seré: “

Es una pena no vivir en el mundo de las infinitas posibilidades, sentir los límites. De dentro hacia fuera o de fuera hacia dentro, si pudiera, cambiaría la realidad perceptible a simple vista y la llenaría, si pudiera, de todas las posibilidades que ahora no tengo contigo.

"Al Capone en Chicago,legionario en Melilla, pintor en Montparnasse. Mercenario en Damasco, costalero en Sevilla, negro en Nueva Orleans.Viejo verde en Sodoma, deportado en Siberia, sultán en un harén.¿Policía? ni en broma, triunfador de la feria, gitanito en Jerez.Tahur en Montecarlo, cigarrillo en tu boca, taxista en Nueva York.El más chulo del barrio, tiro porque me toca, suspenso en religión.Confesor de la reina, banderillero en Cádiz, tabernero en Dublín.Billarista a tres bandas, insumiso en el cielo, dueño de un cabaret.Arañazo en tu espalda, tenor en Rigoletto, pianista de un burdel.Bongosero en la Habana, casanova en Venecia, anciano en Shangri La.Polizón en tu cama, vocalista de orquesta, mejor tiempo en Le Mans. Cronista de sucesos, detective en apuros, conservado en alcóhol.Violador en tus sueños, suicida en el viaducto, guapo en un culebrón.Morfinómano en China, desertor en la guerra, boxeador en Detroit.Cazador en la India, marinero en Marsella, fotógrafo en Play Boy.Pero si me dan a elegir entre todas las vidas, yo escojo la del pirata cojo con pata de palo con parche en el ojo, con cara de malo, el viejo truhán, capitán de un barco que tuviera por bandera un par de tibias y una calavera."

miércoles, 4 de febrero de 2009

lupita Muskis!!!!

Expresión de admiración incorporada a mi vocabulario desde hace más o menos un año. Es, con mucho, lo más descabellado que me ha pasado en materia de relaciones humanas. Parece de carne y hueso, aunque no lo es. Vive en una casa llena de espíritus, las habitaciones pintadas de índigo, demasiado opaco como para parecer el cielo y demasiado brillante como para parecer el océano, así que sus fantasmas campan inquietos por doquier. Sueña con espacios inmensos y negros llenos de elipses en movimiento continuo, elipses que giran en si mismas bailando danzas imposibles. Como no tiene abrigo se calienta con el calor de una vela y al cerrar los ojos… vuela.

viernes, 16 de enero de 2009

lupita y la ley de la gravedad

Yo tenía 12 años la primera vez que anduve sobre el agua. El hombre de negro me enseño a hacerlo. No voy a presumir de haber aprendido demasiado rápido, ambos nos desesperábamos ante mi evidente falta de talento. Pero acabé aprendiendo y los dos lo celebramos. Me dio la mano de una manera solemne y dijo que ya estaba preparado para aprender a levitar. Hice un gesto y protesté oh, no!! levitar es mucho más difícil!!!!. Él sonriendo golpeó suavemente mi cabeza para infundirme valor. Contra todo pronóstico aprendí rápido a mantenerme en el aire. Cuando el hombre de negro desapareció ya estaba preparado para ser lo que sería el resto de mi vida. Me llamo Adrian Brodie y soy mago.