domingo, 20 de marzo de 2011

lupita confunde prisa con brisa

Y va y me dice que le disculpe el olor, que no le gusta como huele, que huele a detergente; no dije nada, pensé que era una estirada; momentos antes había coincido en la sala con la señora de la limpieza y agradecí lo bien que olía a limpio recordando que todos los días tengo que baldearme con olor a leche agria, olor a verduras pasadas, con olor a almacén mohoso mal disimulado con olor a vainilla, a limón o a brisa marina según la varilla olorosa que encuentre primero; el olor se incrementa a medida que crece mi bandeja de pendientes y la prisa me impacienta, me reta, me deja contra las cuerdas, y ahí, ahí, ahí, ahí es cuando el aire se vuelve acre del todo, irrespirable.

Cuando entraron los parados en la sala de formación pensé que la estirada era yo. Solicitar de buenas formas, o de malas, o por escrito, o con denuncia municipal al dueño del local vecino que revise el extractor y que acabe quejándome del olor a desinfectante tiene muchas más probabilidades que un curso del inem de 15 horas le proporcione un trabajo digno a alguien, ni siquiera como limpiador de extractores o de salas de formación.

domingo, 27 de febrero de 2011

lupita en una caja

Mudarse es una venganza que se toma fría. Y el frío deja helado el corazón. Una cosa es recoger tus cosas en cajas para irte y otra que encuentres tus cosas en cajas acumuladas, atadas con cuerdas, eso sí, pero sin referencias. Soy yo quien se va. El equipaje es el derecho de la mudanza, o eso creía. Deshacer y tirar lleva su tiempo, un día o dos, incluso tres si piensas en el reciclaje. El pasado se enlaza en el futuro. Sólo confío en el hoy. Ver mi cuarto convertido es una sala de estar, la librería con mis libros en una pared desnuda, que desaparezcan mis cuadros, mis fotos y mis macetas por arte de birlibirloque, que destaque marzo en un calendario desconocido cuando todavía es febrero es algo que acepto a duras penas, algo que acepto como un principio. No me estoy anclando, son los años que se acumulan de mucho y tengo que vaciarme por dentro para poder de nuevo llenarme. Echo un vistazo y la nostalgia y la rabia y el dolor se mezclan con liberación, con la esperanza, la lucidez. Saber que me estaba marchitando no es suficiente para aceptar de buen grado el azur intenso del sol al que no estoy acostumbrada. Sin alegría y en silencio espero a la serenidad que aún no tengo; no pienso devolverte las llaves, las voy a tirar por la primera alcantarilla abierta que se encuentre, por fin, con mi paso firme.