domingo, 27 de febrero de 2011

lupita en una caja

Mudarse es una venganza que se toma fría. Y el frío deja helado el corazón. Una cosa es recoger tus cosas en cajas para irte y otra que encuentres tus cosas en cajas acumuladas, atadas con cuerdas, eso sí, pero sin referencias. Soy yo quien se va. El equipaje es el derecho de la mudanza, o eso creía. Deshacer y tirar lleva su tiempo, un día o dos, incluso tres si piensas en el reciclaje. El pasado se enlaza en el futuro. Sólo confío en el hoy. Ver mi cuarto convertido es una sala de estar, la librería con mis libros en una pared desnuda, que desaparezcan mis cuadros, mis fotos y mis macetas por arte de birlibirloque, que destaque marzo en un calendario desconocido cuando todavía es febrero es algo que acepto a duras penas, algo que acepto como un principio. No me estoy anclando, son los años que se acumulan de mucho y tengo que vaciarme por dentro para poder de nuevo llenarme. Echo un vistazo y la nostalgia y la rabia y el dolor se mezclan con liberación, con la esperanza, la lucidez. Saber que me estaba marchitando no es suficiente para aceptar de buen grado el azur intenso del sol al que no estoy acostumbrada. Sin alegría y en silencio espero a la serenidad que aún no tengo; no pienso devolverte las llaves, las voy a tirar por la primera alcantarilla abierta que se encuentre, por fin, con mi paso firme.