lunes, 30 de noviembre de 2009

lupita técnicamente improbable

La diferencia entre improbable e imposible es la posibilidad, así que me decidí a bailar. El cuerpo se apoya en una pierna y la otra se levanta estirando por detrás. Las muñecas giran sobre si mismas mientras lanzas los brazos arriba, los dorsos de las manos se juntan y los dedos se buscan, se entrelazan. El torso se equilibra y forma un eje vertical, perfecto, sostenido, firme. Coloco los hombros y las caderas en el mismo plano y me mantengo. La gravedad deja su ser y se vuelve liviana complacida por el efecto poético de los pies en punta. Y yo me dejo llevar; me resulta tan fácil el allegro que me animo y salto y me estiro, me alargo, parece que vuele; las primeras ondulaciones son lentas y sostenidas hasta adquirir la adecuada sensación de equilibrio y fluidez, pero el adagio acaba y vienen los movimientos rápidos, los pequeños brincos, las piruetas; progresivamente realizo pasos con desplazamientos y giros y los grandes saltos. Me pierdo en el espacio y lo consigo. La danza, belleza, armonía, equilibrio, finaliza con la reverencia final, mantengo la respiración un momento y sin darme cuenta levanto los brazos mirando al frente a la vez que los tobillos se elevan del suelo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

lupita en cincuenta horas menos una o

Dos días y una hora o

Darling Praga o

Doble espiral.

Estoy aquí, en la ciudad, desde hace ya más de cuarenta y ocho horas. ¿Puedes imaginarte lo que eso representa? Veinte veces o más he pasado aquí cada estación del año. Asciende y desciende moviéndose en espiral a ambos lados, girando el volante de la vida. Los árboles han crecido durante cuarenta y ocho horas ¿les oyes? ¡Qué pequeños deberíamos volvernos entre ellos! Plantaré un nuevo árbol. Y todas esas noches, ya sabes, en todas esas casas. La maleta flotante. Una vez nos apoyamos en esta pared, otras en aquella, así la ventana gira a nuestro alrededor tal y como pronosticó Galileo. Las ventanas sin cortinas dejan pasar las estaciones. Ahora sol y ahora nubes y claros. La grandeza del otoño es que siempre será de día.

Triste, nervioso, corporalmente mal, miedo de Praga. En la cama. Empapado bajo la lluvia, con la chaqueta de pana goteando, calado hasta los huesos, tiritando de frío. Falta una hora para que deje de sonar la tuba, tan etérea, tan profunda y ocre. Saldrá a su paso el ritmo terrestre de los timbales, monolítico, decrescendo. En la hora última el silencio se adueña de la voz, de la música y del ruido y se acopla a su querida ciudad.

viernes, 6 de noviembre de 2009

lupita se queda en el umbral

Atravesar la puerta de ventana, antigua y muy robusta, de madera oscura, envejecida, una puerta opaca, deslucida en la que destacan brillos verdes y granates como si se tratasen de reflejos de piedras preciosas que guardasen la memoria de épocas de mayor lustre.

Atravesar la puerta de tablones torcidos, rotos, desgastados, irregulares que descubren con descaro justo aquello que la puerta guarda celosamente. Tablones en línea insertados en un suelo terroso, manteniendo un frágil equilibrio entre el madero horizontal que hace de cornisa-viga y la caída al vacío infinito que hace de cuna.

Atravesar la puerta alojada en una pared inútilmente embellecida con varias capas superpuestas de cal. El blanco se quebranta en el color original de la arcilla, se pierde entre naranja y ocre y se convierte en un blanco nuboso, sucio y amarillento.

Atravesar la puerta de una casa de pueblo enclavado en un valle al que se accede tras un tortuoso camino comarcal. El núcleo está formado por unas ocho casas más la iglesia, algunas de ellas conservan su nombre propio aunque no han conseguido mantener a sus ocupantes y están deshabitadas; una de ellas es la Casa Tapia franqueada por una vieja puerta de ventana. La panadería y la herrería cerraron hace años, el mesón de la plaza empedrada aún conserva sus letreros y es el punto de encuentro de los escasos habitantes de la aldea.

El turista fortuito se detiene en el umbral de esa puerta que se le antoja exótica. En el banco de la plaza un lugareño observa la escena sin entender la rara atracción que la descolorida cochera ejerce sobre la cámara fotográfica. Después de inmortalizar la puerta de una casa de pueblo alojada en una pared descascarillada el veraneante se gira y fija su mirada en el anciano que también le resulta… original.