lunes, 22 de marzo de 2010

lupita Calavera Dandy

Te escucho a la vez que no puedo dejar de mirar el pañuelo de calaveras anudado a tu cuello. Imagen sempiterna de rock and roll, vestimenta de rompe y rasga. Ellas me sonríen burlonas advirtiéndome con un guiño sobre ti, desenvainan una estampa pendenciera en alguien, en ti, que sólo pelea con palabras. Si quisieran te impondrían un talante grave contrapunto de tu animada conversación, tu sonrisa franca y tu rápida ironía de mirada infantil pero contigo no van contracorriente, estáis en el mismo lado.
¿Canturreas? ¿Franco Battiato? Las calaveras de tu pañuelo se hacen eco de los versos de la canción donde declaras que te gusta el pensamiento radical. En tiempos indiferentes y blandengues las calaveras situacionistas son la excepción que confirma la regla; reglas no escritas en el vestir y en el actuar, asumidas de manera acrítica, porque lo hace todo el mundo, y que igual no son ni tan buenas ni tan correctas y que tú, sin aspavientos, rechazas con la naturalidad del que no tiene nada que demostrar.
Como si te dieses cuenta de mi pequeña fascinación empiezas a relatar con soltura como las calaveras quieren rememorar el sentido original de la fiesta de Halloween. Te embalas y sueltas de seguido lo de los muertos y los vivos y el destino y el ajetreo cotidiano y el sentido de la vida y de la muerte y sobre los milagros humanos y divinos. Me convences, sí, las calaveras de tu pañuelo quieren poner de moda la antigua fiesta pagana, donde los muertos nos enseñaban que hay que vivir con menos miedos y con menos mandangas, ellas necesitan un poco de marketing para difundir sus ideas, y por ti que no quede, las apoyas hablando de la muerte por amor a la vida. Acercándote un poco me susurras que crees conocer el encargo que traen los muertos desde el más allá y no dudas en compartirlo cuando yo también me acerco a ti: los muertos nos llevan de viaje al futuro… a nuestro lecho de muerte para que en ese momento crítico no terminemos arrepintiéndonos por no haber hecho algo que deberíamos haber hecho, o bien por haber hecho algo que no deberíamos.
Cambias de tercio y claro que me sonrío, te pones trágico cuando me alertas de las sustancias tóxicas que la sociedad actual bebe, fuma, respira, ama, desea, se folla, escucha, da por ciertas, compra, vende, come, vota, exhibe, ve por televisión, lee, jalea, envidia. Todo lo prohibido y lo permitido se mezcla en el mundo calavérico del danger.
Alumbradas con luces de bohemia, las calaveras se quitan el cráneo saludando alborozadas al mundo fantástico de Tim Burton, lo celebran desde el Madrid profundamente noctámbulo de Valle Inclán y a ti te confieren la estética de un don juan moderno, eso sí, anticatólico y sentimental, un don juan admirable, si se mira bien o es lo que me parece a mí.